
-Soy tu puta, te quiero. (Dijo ella)
-Yo también. (Cerró él)
Y llegó la mañana,
hasta su misma palabra le pegaba,
anónima, temprana,
sol de justicia, prisas y números,
los besos habían mutado en saludo,
el respeto apoderado del cortejo,
todo era más mundo,
más de lo mismo
con lo que se visten los desconocidos.
Los relojes volvían a importar,
las cantidades en el desayuno,
miradas desheredadas de su filo,
los ojos volvían a ser ojos,
entregados al movimiento
enfundaban las simples funciones
por las que fueron puestos en los rostros.
También retornaron las medidas,
las distancias, la vergüenza,
el cuerpo y las teorías.
La mañana no sabía nada de la noche,
ni quisimos que supiera,
todo era ya tarde, también incómodo,
no éramos ellos, tampoco nosotros.
Reducidos a la más cruda
bajeza del vivir
el único parecido con el ayer
era el meramente físico.
Y así lo quisimos,
menguando el infinito
y apagado el fuego
sólo quedamos siendo formas,
frente a la primera ventaja animal
he aquí la pobreza de las personas:
-Que te vaya bien el día. (Exclamó ella)
-Y a ti también (Sentenció él)