El cielo pálido,
la blancura curva
soportadora de las gruesas lenguas de noche,
festín del escribiente mirón,
corazón derramado por visiones,
por aludes pendientes de vos,
la bajada abre la comunión
de los breves arcos del vello azabache,
para el respetable dos cejas,
para un servidor los broches gobernantes,
el sur inmediato, descubridor
de las estrellas de agua parda
invadidas por coronas de hilo,
centinelas protectores,
belleza que abre y cierra,
pestañeo de los dioses
donde no entran sudores.
Divinidad de canal descendiente,
pendiente y milagro,
el tabique de algodón,
norte y tallo
ofreciendo el diamante virgen,
minimalistas cuevas,
de las párvulas entradas
las más envidiables,
las más lindas, respiraciones
que surten a borbotones,
el oxígeno galante
nariz de cielo,
Olimpo de pañuelos y estornudos,
capital de rostro, reinante.
Descenso de lunas rojas
en las espumas que no secan,
todo lo emergido canoniza lo elegante;
palabras, sonrisas , besos,
muecas, silbidos, silencios
que para salir ya se saben
dulcemente prestos.
Imposible no hablar
de la cima perfecta en su revés,
angelical colina del sur
amamantadora de cual flor compartes
al que dejas elegido
en el don pensarte,
barbilla de profecía
que llama a profundidades
hermanadas con tu talle,
la columna de tronco hermoso
que te levanta entre los ángeles
donde me regalas esa mágica faz
que se me viene al mirarte.
