martes, 22 de junio de 2010

SALVADORES DE LA NADA




Vistiendo la hambruna de los gatos en los tejados,
comienzo a deshilachar las razones dopadas
con la rabia de una noche de truenos y rayos,
el asombro viene primero, después los excesos,
mi antipatía hacia lo categórico
es proporcional al asco o al destierro
que siento por los que se creen salvadores
de una nada que sólo nada en los hedores que cabalga.
He visto a los daños curar incluso más que una caricia,
un adote de besos, una falacia de plásticos,
si se da por sistema, caos interino,
cáncer de las bastas formas que piden clemencia,
que no me quieran arrimar a la conciencia
las doctrinas que no salvaron ni a los monos.
Que me degollen si me vieron verter tableros
en los juegos donde no habían fichas ni dados,
que me reduzcan, que me hostiguen,
que me cuelguen si una mentira no sabida es una mentira,
porque no existe.
Izando la negación de un erizo en la carretera cabizbajo,
empiezo a enfrentar las sinceridades cojas por defecto,
con la pasión de un amanecer con letargo,
asfixiado y medio muerto.
Cuando el perfume se antoja caro,
los pensamientos por moluscos,
las ropas malditas, blusas gigantes, oscuro bocado,
que me vengan a atornillar los huecos más decorados
mientras esperan una repuesta sumisa,
rugido y alcohol al agravio,
bendito desinfectador de estadios
donde me querían con menos libertad y más camisas.